miércoles, 1 de julio de 2020

ACTIVIDADES EXTRAESCOLARES Y DE TIEMPO LIBRE EN UN MOMENTO MUY COMPLEJO


La oferta educativa de verano siempre ha cumplido diversas funciones; proporcionar un lugar donde atender el niño o la niña mientras su familia está ocupada ha sido una de importante. De todos modos, malo si esto se quedara aquí: las actividades extraescolares y de tiempo libre deben ser una buena oportunidad para disfrutar de un ocio enriquecedor y para la socialización de la infancia. Este año la situación es muy especial porque niñas y niños, durante tres meses, no han podido ir a la escuela y ahora, los centros que ofrecen actividades de verano, se convierten en un espacio para el reencuentro con iguales aún más importante que en veranos pasados. Los niños necesitan relacionarse con otros niños y niñas y seguir aprendiendo, aunque de manera diferente a como lo hacen en la escuela. Esta necesidad es especialmente remarcable en los niños y adolescentes que se encuentran en situaciones más vulnerables porque, en este caso, estas actividades se convierten en una oportunidad para evitar una desconexión total de los aprendizajes organizados. Atendiendo a esta situación, la Fundación Jaume Bofill ha propuesto a los ayuntamientos catalanes -especialmente a los de más de 10.000 habitantes- que inviertan 500 euros por cada niño vulnerable para garantizar que tengan acceso a 80 horas de actividades de verano. Estas medidas deberían llegar a 300.000 niños y adolescentes que, según la Bofill, son los que están en riesgo de pobreza.

Saven the Children ha publicado un informe donde demuestra la desigualdad que se ha producido entre los niños durante el confinamiento por coronavirus y reclama -como lo hacen otras organizaciones y entidades- un plan de choque. Ahora que la oferta educativa no escolar (o no curricular, para ser más exactos) se reanuda, existe la sensación de que, desde la Administración, no se está prestando suficiente importancia a esta oferta, especialmente en estos momentos. El cambio de criterios tan frecuente no ayuda y parece que cueste encontrar el punto de equilibrio entre las medidas preventivas necesarias y la necesidad de una flexibilidad que permita desarrollar las actividades con la máxima normalidad posible. Es importante que haya pautas a seguir pero también lo es que sean razonables y verdaderamente viables. Si no fuera así, se pondría a los responsables de las actividades de verano en una situación de estrés que no sería buena para nadie.

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