miércoles, 19 de febrero de 2014

EXPECTATIVAS Y APRENDIZAJE


En la Universidad, ya estamos inmersos en las clases del segundo semestre.
Los primeros días, con los estudiantes de mi grupo, hemos trabajado sobre sus expectativas y sobre el concepto y la incidencia de las expectativas en los procesos de aprendizaje. Hemos hablado del efecto Pigmalión, de la profecía de la autorrealización (lo que esperamos que pase acabará pasando), de cómo influyen las expectativas del educador o educadora, de los estereotipos y los prejuicios y del papel central de las expectativas en la motivación. A menudo, cuando en la relación educativa detectamos falta de interés, de motivación, desgana… lo que hay detrás es un problema de falta de expectativas positivas, de confianza en las posibilidades.

Cuando se da esta situación, especialmente en la enseñanza básica, nos encontramos ante una encrucijada, si queremos ayudar al alumnado en su proceso de aprendizaje. Las expectativas las vamos construyendo a partir de nuestra historia personal y esta historia, en una parte significativa, se desarrolla en situaciones de relación educativa más o menos formales. ¿Cómo contribuir a que los educandos mejoren sus expectativas? Responder a esta pregunta obliga a plantearse cuestiones con relación a los objetivos y los contenidos de aprendizaje, las estrategias metodológicas, la evaluación y a la atención a la diversidad, como mínimo. Casi nada. Cómo que la realidad es sistémica y todo está conectado no existen alternativas simples. Todas son complejas. La cuestión es si el tema de las expectativas es suficientemente determinante para ser uno de los ejes sobre los que sostener la reflexión sobre nuestra práctica. Yo creo que sí que lo es.  

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