viernes, 5 de octubre de 2012

LOS NI-NI

Editorial de la revista Aula de innovación educativa, 215, octubre 2012:


 

La combinación de la crisis económica y del fracaso escolar de una parte importante de adolescentes ha dado lugar a un colectivo de jóvenes que no están trabajando ni estudiando; es decir, no tienen ninguna de las dos ocupaciones que se consideran básicas en nuestra sociedad.

Los datos son muy preocupantes: casi un 24% de jóvenes españoles entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan. Se trata de una población a la que se ha etiquetado como los ni-ni. Este porcentaje, notablemente superior al de los países de la OCDE (donde no llega al 16%), es muy preocupante.

La salida tradicional para quienes fracasaban en el sistema escolar era la incorporación temprana al mercado laboral y, a la vez, las posibilidades laborales servían a menudo de estímulo para dejar los estudios. Sin embargo, las dificultades actuales para encontrar trabajo han llevado a muchos jóvenes abandonados por el sistema educativo a encontrarse en un proceso de marginación social, puesto que la sociedad actual se estructura en gran parte sobre los pilares de la ocupación laboral y del conocimiento.

En sintonía con la situación anterior, se mantiene un alto porcentaje (cercano al 30%) de alumnado que no finaliza sus estudios secundarios. La deserción de las aulas se da en bachillerato y en formación profesional.

Con toda seguridad, las causas son diversas, pero urge buscar soluciones. Se trata de uno de los problemas más graves que tiene actualmente nuestro sistema educativo. Como sucede con todos los problemas complejos y sustantivos, la búsqueda de alternativas requiere de un buen diagnóstico de la situación, de estrategias que contemplen su complejidad y de consensos suficientes para remar todos en el mismo sentido o, como mínimo, para evitar hacerlo en sentidos contrapuestos.

Las alternativas dirigidas a mejorar la situación actual, además, deben plantearse desde la equidad. Desviar cuanto antes mejor a una parte del alumnado a la formación profesional y otras propuestas de semejantes características no parecen ni equitativas ni susceptibles de generar el suficiente consenso. Una selección demasiado temprana puede hacer más cómodas algunas situaciones en las aulas pero no es respetuosa con la diversidad y los distintos ritmos de maduración de los adolescentes.

La gravedad de la situación obliga a construir opciones para su mejora pero esta construcción requiere de tiempo. Las respuestas que buscan soluciones rápidas a problemas educativos no tienen excesiva viabilidad.

En estos momentos, parece que la situación de crisis económica, social y política, sirva de justificación para la toma de decisiones que pueden suponer un retroceso significativo en los logros del sistema educativo. Por otra parte, a menudo las políticas de imagen parecen anteponerse a las que realmente pretenden una mejora estructural del sistema.

La necesidad de obtener mejores puntuaciones en las pruebas internacionales y la de disminuir los porcentajes de fracaso escolar, en ningún caso deberían dar lugar a decisiones partidistas que no puedan generar suficientes adhesiones ni a decisiones que atenten contra lo mejor de nuestro sistema educativo. No todo se reduce a mejorar los resultados estrictamente académicos, especialmente si ello se hace a costa de ir “soltando lastre”. 


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