Hemos pasado
una semana de Pascua muy especial. Sin procesiones ni ningún acto en la calle.
Desde hace algo más de un mes estoy confinado con mi mujer, hija, yerno y las
dos nietas de tres años y medio y de algo más de un año. El viernes mi hija
hizo el tradicional bacalao del viernes santo; hasta ahora, nos lo hacía la
suegra pero está confinada, sola, en su casa. Nos llegó un paquete del padrino
de las niñas para montar una mona de Pascua. Ahora, hija y yerno vuelven a
trabajar on line.
Tratamos de
celebrar los días, con las limitaciones que supone no poder salir de casa y,
sobre todo, intentamos no perder la moral. Repetimos que no nos podemos quejar
porque hay quien lo está pasando mal con la situación de confinamiento y otros
que se están dejando la piel para atender las urgencias... por no hablar de los
que no pueden superar la infección. Ahora estamos todos un poco intranquilos
porque el Gobierno ha decretado que pueden volver a funcionar trabajos no
esenciales y no tenemos claro que esto no pueda provocar un rebrote. Vivimos en
plena incertidumbre y con miedos.
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