Después de
hablar de las competencias, de la relación entre teoría y práctica y de los
aprendizajes profundo y superficial (en la entrada de este blog del 10 de abril
del 2019), me refiero hoy a la evaluación, otra de las cuestiones clave a
plantearse para mejorar una enseñanza universitaria. De la evaluación he
tratado varias veces en este blog: es un tema que me interesa especialmente
porque es clave para favorecer (o dificultar) el proceso de aprendizaje. En
varias investigaciones se ha constatado que la evaluación es el componente que
más influye en cómo los y las estudiantes enfocan su aprendizaje. Cuando se
habla de evaluación de procesos de aprendizaje hay que entenderla como una
recogida de información, su análisis, la emisión de un juicio crítico y la toma
de decisiones consecuentes. Este último aspecto es esencial. La evaluación
puede tener varias funciones y, aunque se pueden dar simultáneamente, es
importante no confundir la evaluación acreditativa para certificar un
aprendizaje, con la evaluación formativa encaminada a tomar decisiones para
mejorar el proceso de enseñanza ni con la evaluación formadora encaminada a que
el alumno tome decisiones para favorecer su proceso de aprendizaje. La
evaluación continua (tan de moda y a menudo no bien entendida) precisamente se
justifica por las funciones formativa y formadora ya que estas funciones
obligan a tomar decisiones durante el proceso. Para la función formadora es
clave la retroacción o feedback. A lo
largo de una secuencia formativa hay que prever la evaluación inicial, la
evaluación a lo largo de la secuencia y la evaluación final y hay que hacerlo
con una doble mirada: la evaluación al servicio del docente (para ayudarle a
tomar decisiones) y la evaluación al servicio del estudiante (para ayudar a
éste a decidir qué hacer para aprender más y mejor).
En el análisis
de la titulación donde se enmarcó la ponencia en que se exponían los temas que
ahora voy comentando en este blog, en lo que se refiere a la evaluación
destaqué como puntos fuertes la preocupación por una evaluación coherente en
muchas asignaturas, la presencia de la retroacción y la presencia de la
evaluación entre iguales. Como aspectos a mejorar, señalé la necesidad de
trabajar sobre cómo gestionar una evaluación continuada en grupos con muchos estudiantes
para evitar un desbordamiento, la existencia de evaluaciones muy simples que no
responden realmente a los objetivos que se han formulado (una evaluación muy
cómoda pero cuestionada por los propios estudiantes), falta de definición del
papel de la evaluación inicial y de la evaluación formadora y necesidad de
mejorar la calidad y los efectos de la retroacción. Como no se puede abordar
todo al mismo tiempo, mi sugerencia fue empezar por trabajar sobre cómo se
puede mejorar la retroacción en la evaluación.
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