El 23
de abril es el día de Sant Jordi (San Jorge), una festividad muy especial en
Catalunya: es un día laborable que se vive en un ambiente festivo, con las
calles llenas de libros, rosas y gente. Muchas escuelas celebran Juegos
Florales y otras actividades alrededor del libro (actos con escritores, paradas
de libros, dramatización de la leyenda de San Jorge y el Dragón...). Un día singular que, quien no lo ha vivido en Cataluña, no puede terminar de imaginárselo
tal como es.
Esta
fiesta tiene muchos elementos que me gustan. Ver las calles
literalmente llenas de puestos de libros y de rosas crea una cierta emoción
(más allá de la fácil crítica de que no basta con un día como éste y que lo que
se necesitaría es que más gente leyera habitualmente) pero lo que me parece de
mayor valor es que Sant Jordi es una fiesta de las personas, de la sociedad
civil, de la gente. Este día lo hacemos (en el sentido de hacerlo posible tal
como es) entre todas y todos, entre la multitud que pasea arriba y abajo, con
una rosa en la mano y un libro bajo el brazo. Cuando llega el 23 de abril, lo
vemos como algo tan habitual que quizás no sabemos valorar suficientemente el
sentido comunitario de la celebración.
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