En
el último número de la revista Aula de Secundaria (nº 13, mayo-junio 2015, pp.
20-25) se publica una entrevista a Stephan Ball que lleva por título “Educar o
medir”. Ahora que se acerca el final de
curso, cuando más preocupados estamos profesores y profesoras por la necesidad
imperiosa de calificar al alumnado, mediante una evaluación acreditativa que
siempre resulta altamente compleja y que no siempre es fácil relacionar coherentemente
con la evaluación continuada, quiero recoger un par de comentarios de Ball. La
primera se refiere directamente a la evaluación y a la calificación y, quizás,
resulte sorprendente para aquellos que tanto criticaron aquella época en que no
se ponían notas en primaria y sólo se indicaba si el alumno progresaba o
necesitaba mejorar:
"...
la mayor parte de los países escandinavos no ponen notas a los niños y niñas
hasta que no tienen 15 años. Pueden escribir notas en sus trabajos, comentarles
en qué pueden mejorarlos; pero no ponen notas porque no creen que sea realmente
útil ni sirva tampoco para motivarlos, sino todo lo contrario: las malas notas
afectan a la autoestima (...) Hay que hacer una evaluación del progreso
educativo, sin un objetivo extrínseco" (pág. 23).
Es
interesante. Aquí, como es conocido, el ministro español de educación ha optado
por algo totalmente opuesto.
Ball
también manifiesta una opinión –no es el primero que la sustenta- que se
refiere a un proceso que me parece muy preocupante:
"Creo
que los maestros son intelectuales públicos muy importantes (..) De forma
creciente, no obstante, se les está convirtiendo en técnicos que aplican
programas y pedagogías prescritas por otros" (pág. 23).
Da
para pensar.
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