En algún momento, la prensa se ha hecho eco de algún altercado
especialmente grave pero he esperado a comentar el tema cuando no hubiera este
eco mediático para no dar la sensación de que se trata de una cuestión puntual.
Lamentablemente,
es algo mucho más habitual de lo deseable: niños y niñas que juegan al fútbol y
algunos padres que se comportan en estos partidos (que no lo olvidemos: son
actividades formativas) como lo hacen algunos aficionados en partidos de
adultos: se desahogan
insultando al árbitro y a los rivales. Hay
incidentes graves pero, en muchas de estas actividades formativas, hay
actitudes persistentes que no trascienden pero que no son admisibles. Seguramente
tampoco lo son en el fútbol adulto pero mucho menos cuando los que juegan son
niños o niñas. Algunas
federaciones territoriales de fútbol han puesto en marcha campañas, desde hace
años, para incitar al juego limpio, al respeto y al rechazo de la intolerancia
y del racismo. Algunas
de estas campañas han tenido más éxito que otras.
Hasta la categoría cadete, los problemas de violencia no están en el campo,
sino en la grada. Esto
se da especialmente en el fútbol porque es el deporte mayoritario pero refleja
la competitividad de nuestra sociedad y la sobreprotección de los hijos. Que
esta situación se haya dado siempre no es motivo para tolerarla. El
fútbol alevín e infantil es algo muy habitual y, por tanto, una actividad con
notable incidencia en la formación de la infancia. Todos
los esfuerzos para evitar proporcionar modelos de conducta como los que comento
son loables pero el esfuerzo principal debería ir encaminado a no aceptar como
normal e inevitable una situación educativa que contradice valores esenciales
para conseguir una sociedad más convivencial.
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