En estudios sobre la percepción de los
jóvenes de España respecto de las posibilidades de encontrar trabajo éstos
muestran un notable pesimismo. Más
del 40% de los jóvenes españoles entre 18 y 30 años creen que no encontrarán
trabajo durante el primer año después de haber terminado su formación. Aunque
estos datos se hicieron públicas ya hace unos meses (Adecco encuestó 10.000
jóvenes de todo el mundo), me parecen interesantes: los jóvenes españoles son los
más pesimistas, seguidos de los japoneesos y los italianos, lo que muy
probablemente tiene relación
con la tasa de paro juvenil (alrededor del 50% en España mientras que la media
de la OCDE no llega al 13%). En
el estudio, los jóvenes manifiestan que la principal dificultad es la falta de
experiencia laboral previa, un perro que se muerde la cola. Por
otra parte, un informe de Eurostat (la oficina de estadística europea) indica
que más del 22% de los jóvenes españoles de entre 20 y 24 años no estudiaban ni
trabajaban en 2015.
Aparte del problema estructural de fondo,
estas expectativas tan negativas no ayudan a que la situación se pueda
enderezar: las expectativas condicionan mucho como actuamos y, en consecuencia,
lo que obtenemos. Estas
expectativas tampoco facilitan la implicación y la motivación de los
estudiantes en su proceso de aprendizaje: ¿por qué hacer un esfuerzo si, al
final, tampoco encontraré trabajo? Es
una situación que el profesorado puede percibir y que, a menudo, no sabe muy bien
cómo abordar.