Por
no hacer el saludo nazi o por hacer una broma sobre el Tercer Reich o un chiste
sobre Hitler la Gestapo tenía suficiente motivo para hacer una detención. Judíos,
curas católicos y protestantes, homosexuales, alcohólicos, gitanos, comunistas
y un largo etcétera eran perseguidos. Según
el historiador Frank McDonough, que investigó durante cuatro años en fuentes
originales alemanas para publicar La Gestapo (Crítica), el 26% de las denuncias
se iniciaban por la denuncia de un civil, había mujeres que denunciaban a sus
maridos (para
vengarse de infidelidades, alcoholismo y malos tratos) y, según este
investigador, el 37% de las denuncias eran para resolver conflictos personales
con parientes y vecinos.
Quizás vale la pena recordar datos como estos ante la banalización del nazismo cuando oímos, cada vez más a menudo, acusaciones de fascismo y nazismo por actuaciones que pueden ser valoradas positivamente o negativamente y que pueden gustar más o menos pero que no tienen nada que ver ni con una cosa ni con la otra. La aplicación de estos calificativos a aquellos políticos que defienden la independencia de Cataluña es un ejemplo pero hay más. Dejarlo pasar me parece muy peligroso, especialmente en un momento de fuerte subida de la extrema derecha en algunos países.
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