En general, las vacaciones
me resultan agradables y, a menudo, interesantes. Tanto es así que sólo
acostumbran a tener una cosa realmente mala: se terminan. Y aquí estamos, con
el período de descanso estival finiquitado y todo un curso por delante. Dicen
que hay quien tiene dificultades para adaptarse a la nueva realidad; no es mi
caso. Acostumbro a ver las cosas desde una vertiente positiva, aunque,
ciertamente, en ocasiones ello requiere de mucha fuerza de voluntad. Es por
ello y gracias a las energías renovadas que pienso que el nuevo curso puede
sorprendernos con cosas interesantes.
A nivel político, con unas
elecciones catalanas plebiscitarias el 27 de septiembre -lo serán, se esté o no
de acuerdo en ello- y unas elecciones generales con nuevos partidos que
introducen muchas incógnitas sobre lo que puede suceder, creo que tendremos
emociones. A nivel social y económico estaremos a la expectativa para ver si
realmente las cosas mejoran algo. A nivel educativo veremos que sucede pero no
parece que, en el marco de las decisiones gubernamentales, podamos ir a peor...
aunque la vida da sorpresas. A nivel más
personal, el curso empieza con el regreso de mi hijo de su estancia laboral en
Noruega (ahora, allí, resta mi hija y su compañero) y con un pastel que tendrá
60 velas, que ya son... velas.
Durante el verano hemos
estado en el pueblecito de mi esposa, en tierras del Poniente catalán, y diez
días achicharrándonos de calor y maravillándonos con los paisajes naturales y
urbanos de Croacia y, un poco, de Herzegovina y Montenegro. Queda en el recuerdo. Ahora toca vivir el
presente.
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