El pasado mes de enero estuvimos en el Nepal. Visitamos
la escuela Nepal-Catalunya, nos extasiamos con el Himalaya, visitamos muchos
lugares (algunos declarados Patrimonio de la Humanidad), constatamos la pobreza
existente en esta tierra, conocimos (algo) una cultura muy distinta de la
nuestra y tuvimos la oportunidad de charlar con personas del país. Ahora
recibimos las noticas del terrible terremoto que ha segado miles de vidas, ha
destruido muchas de las rudimentarias viviendas del país y ha convertido en
escombros algunos de sus tesoros artísticos.
Los terremotos son frecuentes en el Nepal e inciden
duramente en una población sin los recursos que en otros lares permiten
disminuir su impacto. Como en ocasiones anteriores, volverán a levantar sus
edificios, a reconstruir sus templos y a penar por la muerte de parientes y
amistades en los crematorios públicos que tanto sorprenden al visitante
occidental. Volverán a levantarse para seguir viviendo en condiciones
difíciles, siempre expuestos -como en otras zonas del mundo- a una nueva
manifestación de la devastadora fuerza de la naturaleza.
Vivimos en un mundo caracterizado por el dominio cada vez
mayor de la humanidad sobre la naturaleza, un dominio que encarna a su vez
muchos riesgos. Vivimos también en un mundo con desigualdades extremas. Países
como el Nepal gozan y sufren con otro tipo de relación con la naturaleza.
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