Hace pocos días, la prensa se hizo eco de un informe
presentado por Oxfam sobre la desigualdad en el mundo. Los datos son
estremecedores: 85 personas son tan ricas como la mitad más pobre del planeta.
Dicho de otra manera: casi la mitad de la riqueza del mundo está en manos del 1% de la población.
El mismo informe dice que es un nivel de desigualdad sin precedentes que
amenaza “perpetuar las diferencias entre ricos y pobres hasta hacerlas
irreversibles”.
El mundo lo construimos entre todos y todas, cada uno
con un nivel de incidencia determinado. Quienes nos dedicamos a la educación no
tenemos las posibilidades de algunos políticos ni, mucho menos, de los poderes
que están en la sombra. A pesar de ello, la educación puede contribuir a que
las cosas sigan así o puedan cambiar. Como educadores y educadoras nos
encontramos en una posición en que podemos incidir. Cuando decimos que para
educar hay que reflexionar sobre que modelo de persona y que modelo de sociedad son
nuestros referentes –puesto que no existe la educación neutra- y cuando nos
planteamos qué y cómo hemos de enseñar en coherencia con los modelos asumidos,
es cuando nos damos cuenta de que las opciones educativas son también políticas.
Lo son en el sentido de que hacen referencia a la convivencia, al bien común y
a la participación ciudadana.
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