En España
estamos en proceso de regreso a lo que se está llamando la "nueva
normalidad". Si no hay un rebrote, la cosa irá mejorando porque los datos
son buenos y los territorios van entrando en etapas sucesivas de superación de
las restricciones. Un tema que, día sí y día también, aparece en los medios de
comunicación es el del regreso a la escuela. Sin entrar en si habrá algún tipo
de retorno parcial en lo que queda de este curso, la cuestión que más preocupa
es que pasará en septiembre, cuando debe comenzar el nuevo curso. Hay tres
posibilidades: que el virus haya desaparecido por completo (prácticamente nadie
lo cree), que vuelva y obligue a medidas drásticas similares a las que hemos
vivido los últimos meses (no se prevé que pase en septiembre aunque, tal vez, sí
más adelante) y que deban implantarse medidas de prevención para evitar un
rebrote preocupante. La Administración educativa se prepara para esta última
posibilidad, la más probable.
Las
directrices que se están divulgando hablan de clases reducidas (alrededor de 12
a 15 alumnos) y de mantener la distancia social de seguridad en las clases y en
el patio, entre otras. Todo enseñando es consciente de las dificultades que suponen
medidas como éstas (otras, como la higiene o disminuir los documentos en papel,
son más fáciles de aplicar). ¿Cómo se reducen las ratios? ¿Dónde están los
espacios y el profesorado necesarios y, si la opción es compaginar
presencialidad y virtualidad, como lo hacen las familias con los niños en casa?
¿Cómo es posible una relación con el alumnado (especialmente en las edades más
bajas) manteniendo dos metros de distancia? ¿Y entre ellos? Todo el mundo
espera que llegue la vacuna, aunque tarde un poco, y, por tanto, se trata de
medidas transitorias... si no surge alguna otra sorpresa, por decirlo de alguna
manera. Esto, en cierto modo, quizás todavía dificulta más encontrar
alternativas viables. El desconcierto no lo tiene sólo el sector educativo, es
cierto, pero en el caso de la educación escolar las repercusiones de la
situación afectan al alumnado, al profesorado y a las familias, con múltiples
connotaciones más allá del estricto problema educativo, que también es muy
importante. No quisiera estar en la piel de los que, en estos momentos, tienen
la responsabilidad de tomar decisiones pero esto no impide ver que, según sean
estas decisiones, se pueda llegar a generar un importante conflicto social.
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