Leo en
La Vanguardia del pasado 3 de
noviembre que, en Suecia, unas 4.000 personas llevan un dispositivo electrónico
implantado en el dorso de la mano. La finalidad de estos dispositivos
implantados en el cuerpo es facilitar la vida a las personas que los llevan.
Permiten "acceder al trabajo o al gimnasio, sacar productos de la máquina
de vending de la oficina o validar el
billete del tren con un solo movimiento de la mano".
En
realidad, nuestra relación actual con la tecnología provoca que cada vez más la
persona humana y la máquina constituyan un entramado donde no es fácil saber
dónde acaba una y empieza la otra. La inserción de dispositivos electrónicos en
el cuerpo intensifica esta situación pero también se da sin necesidad de la
implantación física, sólo con la "implantación y dependencia
emocional". He dicho "persona humana" y no sólo persona porque
ya se han oído algunas voces preguntándose si, en un futuro no muy lejano, las
máquinas (cada vez más desarrolladas que tomarán muchas decisiones por nosotros)
tendrán derecho a ser consideradas personas no humanas. Para pensar en ello.
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