Cada vez hay más denuncias de padres y madres
contra un hijo (o una hija, en menor medida) por su violencia y por las
agresiones a sus progenitores. Se
calcula que alrededor de un 5% de las familias lo pueden estar sufriendo. Como
ocurre con la violencia de género, en muchos casos los agresores han vivido o
sufrido varios tipos de violencia pero el fenómeno se da en todas las clases
sociales y en contextos diversos. Son
una minoría pero este hecho no va solo: el pasado 7 de octubre leía en La
Vanguardia que un 30% de las chicas entre 12 y 18 años se cortan, o sea se aauto-agreden
con cortes en la piel, sobre todo en los brazos y los
muslos (el porcentaje en los chicos es menor y consiste más en impactar el puño,
el pie o la cabeza contra una puerta o pared). Según
los psiquiatras que lo han estudiado, sólo en un 9% de las chicas que se
autolesionan hay una patología. Parece
ser que se trata de un fenómeno común a la mayoría de países europeos.
La interpretación que hacen los expertos es que cortarse es una manera de controlar el malestar: "Cuando sienten una emoción negativa que no saben digerir, el corte es un dolor físico que distrae, que deriva la atención". Un 30% de chicas que se autolesionan empieza a ser una cifra considerable y, aunque las agresiones a los padres son minoritarias, tanto unas como otras son el reflejo de una sociedad donde niños, niñas, adolescentes y jóvenes tienen una baja resistencia a la frustración y echan de menos límites: castigar, abuchear o prohibir como norma es un error pero no lo es menos dimitir de la responsabilidad, no querer ver o transigir siempre. Debemos ayudar a los niños y adolescentes a ser cada vez más autónomos, a decidir con criterio, a ser coherentes... pero no a hacer lo que quieran sin ningún tipo de juicio razonado. Los valores predominantes en la sociedad nos lo hacen difícil y por ello es importante fortalecer vínculos y velar por no perder la comunicación con hijos y alumnos, aunque a veces no sea fácil.
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