El lunes de la semana pasada una doctoranda a quien le he dirigido la tesis, la
defendió públicamente. Aunque
el hecho de que un tribunal evalúe siempre crea algo de tensión (aunque se
quiera disimular), fue un acto festivo. Como
dije en mi breve intervención, la defensa de una tesis es uno de los momentos
más agradables de la vida universitaria. La
presentación estuvo muy bien, como también lo estaba el documento escrito. Llegar
hasta aquí siempre es el resultado de un camino plagado de esfuerzos y que
parece que nunca se acabe. Seguramente,
que la tesis sea una investigación individual -sólo acompañada por el director
o directora- la hace bastante más pesada que otras investigaciones. Culminar una
tesis doctoral pide mucho esfuerzo.
Y, por supuesto, en el almuerzo posterior de celebración no faltaron los comentarios sobre los masters falsos y las acusaciones de plagio sobre algunas tesis. Todo esto hace daño a la Universidad en su conjunto y no sólo -que también- a una Universidad concreta. Seguro que son casos aislados pero están ahí y, en la sociedad de la imagen y de las redes sociales, las generalizaciones son fáciles de hacer. La institución universitaria está dolida pero no puede limitarse a considerar injustos los ataques sino que debe extremar los controles de calidad -como me consta que ya está sucediendo en algunos casos- y ser lo más rigurosa posible en sus certificaciones y acreditaciones. ¿Más rigurosa todavía? Pues, sí, porque a veces pasan cosas que, según mi criterio, no deberían pasar. Ser más rigurosa no debe suponer un incremento desmesurado de la burocracia porqué de ésta ya hay demasiada. Se trata de extremar los comportamientos éticos, sólo de eso.