Hace
unos meses (El Periódico, 26 de mayo de 2017) leí un reportaje de Helena López
sobre hombres y mujeres que habían pasado por momentos personales difíciles y
que ahora querían ayudar a otros que se encontraban en situaciones similares a
la que ellos habían vivido. Contaba
el caso de Imad (marroquí, 26 años, músico, productor y monitor, 10 años
residiendo en Barcelona) que trata de ayudar a chicos que se encuentran en una
situación parecida a la que él vivió cuando llegó a esta ciudad; dice
que a él le ayudó la música y que alguien confíara en él y ahora quiere hacer
lo mismo, como si fuera "un hermano mayor". Para
Imad, uno de los puntos de inflexión fue la coincidencia con el músico Manu
Chao, cuando aquel dormía en un albergue. Manu
lo veía a menudo y lo saludó y empezaron a hacer cosas juntos. Imad
explica que la mayoría de recién llegados que empiezan a robar y a drogarse lo
hacen porque no ven que puedan hacer nada más, hacen lo que ven hacer a los
demás y "esos sí son fácilmente recuperables".
En el artículo también se explica el caso de Sara (marroquí, 18 años, con experiencia de entradas y salidas de un centro de menores y experiencia con "la cola, el disolvente y las pastillas"). Como en el caso de Imad, salió del pozo porque alguien confió en ella. Ahora quiere estudiar educación social "para ayudar a los chicos, como alguien me ayudó a mí". Entre los estudiantes de educación social se da este perfil. En general, es una carrera para gente que quiere comprometerse. Probablemente por eso me resulta tan satisfactorio contribuir a la formación de los futuros educadores y educadoras sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario