Desde 1987 -ahora hace 30 años-
más de cuatro millones de estudiantes universitarios europeos y mucho
profesorado se han beneficiado del programa de becas Erasmus. El nacimiento de
este programa no fue sencillo porque levantaba muchas reticencias tanto de los
gobiernos como de las autoridades universitarias y no parecía fácil que se
reconocieran estudios cursados en otros centros. Hoy en día, haber sido un "estudiante
erasmus" es un elemento de valoración positiva (con una tasa de paro
inferior a la de otros estudiantes), una forma de aprender idiomas, de
desarrollar competencias de adaptación a nuevas realidades y de abrirse a la
multiculturalidad.
El programa Erasmus ha sobrevivido a la crisis económica pero no ha dejado de suscitar reticencias o, simplemente, desinterés por parte de algunos responsables políticos, como lo demuestra, por ejemplo, la disminución de las becas en la época del nada añorado ministro español de educación, José Ignacio Wert. Afortunadamente, en Europa, el programa tiene fervorosos partidarios. Sin embargo, deberían ser más los universitarios que se acogieran a él (hasta ahora han sido un 5%). Con las características del mundo actual, con los peligros de la extensión del populismo y cuando el reto de la convivencia multicultural es más vigente que nunca, programas como el Erasmus deberían ser vistos como una joya a cuidar primorosamente.
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