En un artículo en el suplemento Cultura/s de La
Vanguardia del último día del pasado año, Ramón Sangüesa escribe un interesante
artículo titulado "Inteligencia artificial gris". Empieza diciendo
que hará un año, académicos de prestigio, como Noam Chomsky, denunció el uso de
"asistentes artificiales inteligentes de calificación" por parte del
profesorado de universidades de prestigio. Se hace referencia a programas que
"interpretan los trabajos escritos de los alumnos -no simples test- y les
ponen nota". Por parte del alumnado, también se puede solicitar al
programa inteligente Dr. Eassy, previo pago, que escriba un trabajo sobre los
temas más diversos. En dos minutos, el programa lo redactará, con las
correspondientes y relevantes referencias bibliográficas. Por lo tanto,
"podríamos imaginar un panorama donde conectásemos un programa con el otro
(...). Profesores y alumnos serían así las interfaces
de los dos programas, el que redacta textos y el que los evalúa".
Cuando se habla de lo que debería ser una relación de
enseñanza - aprendizaje entre un docente y un estudiante, no se piensa en
posibilidades como la señalada. Una vez más, las tecnologías se convierten en
un factor más que relevante en la relación educativa, que efectivamente puede
facilitar procesos pero con el riesgo de desvirtuar esta relación. Mal vamos si
las tecnologías sirven para evaluaciones asépticas que difícilmente pueden
responder a la complejidad de la evaluación educativa y para sustituir el
trabajo y el esfuerzo por aprender del alumnado. En definitiva, estarían
cumpliendo el papel de aquellos que escriben, a escondidas, libros o discursos
para otros, por ejemplo. Nada de nuevo, pero con la potencialidad que permiten
las tecnologías.
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