Ayer algunos estudiantes universitarios hicieron huelga. En el campus
Mundet de la Universidad de Barcelona, quizás por el tipo de titulaciones que
se imparten (maestro, educación social, trabajo social, pedagogía...) siempre
hay mucha respuesta ante este tipo de convocatorias. Aún recordamos el final
del pasado curso, con una huelga indefinida y con encierros, que llegaron a
producir situaciones muy tensas y una sensación de desánimo de gran parte del
profesorado y de muchos estudiantes.
En los momentos que estamos viviendo, los y las estudiantes pueden y
deben estar preocupados por muchas cosas, y entre ellas por los derroteros
hacia los que se está conduciendo a la Universidad.
Al profesorado -que estamos viviendo la situación con igual preocupación-
las huelgas estudiantiles nos ponen ante un dilema: por un lado, entendemos que
no se resignen, pero, por otro lado, nos preocupa cómo puede llegar a
repercutir la no impartición de clases en su formación.
Quizás la huelga -o, mejor dicho, una huelga prolongada como la que se
planteó el anterior curso- no sea la opción más adecuada ni para los intereses
formativos de los propios estudiantes ni para sus reivindicaciones. Optar por
dificultar el proceso formativo que corresponde a las enseñanzas universitarias
no suele conllevar sumar adhesiones y complicidades que, con toda seguridad,
favorecerían sus objetivos.
En todo caso, no es fácil encontrar cómo compaginar objetivos
distintos, aunque éstos sean en sí mismos muy loables. Probablemente se
requiere un esfuerzo especial de imaginación, y ello no es fácil cuando a
menudo existen concepciones y motivaciones, por parte de algunos, que no
siempre se explicitan.
Conocemos muy bien, especialmente quienes lo vivimos en otros momentos
históricos, lo difícil que resulta compaginar buenas intenciones en movimientos
de estas características con la realidad que, a menudo, acaba dándose. Un
ejemplo de ello son los movimientos asamblearios, donde suelen convivir la
potencialidad de las asambleas para construir acuerdos en común con dinámicas
de grupo que dificultan la construcción de consensos reales.
Aunque no sea fácil, hay que afrontar el reto de encontrar estrategias
que permitan compaginar la protesta contra unas políticas que ponen en grave
peligro el concepto de Universidad pública con la necesidad de potenciar que
esta Universidad pueda cumplir con una de sus principales funciones sociales:
la de contribuir a la formación de una ciudadanía crítica y activa con una alta
preparación profesional.
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