miércoles, 22 de febrero de 2017

INNOVACIÓN, UNA REALIDAD QUE VIENE DE LEJOS



Ahora que estamos en plena movida por la innovación y la renovación de la escuela en Cataluña, no se debe olvidar -como han apuntado algunas voces- que este movimiento puede ser muy interesante (aunque también ha levantado algunas críticas) pero lo que no se puede decir es que se trate de algo nuevo. Salvo el papel que hoy en día pueden y deben tener las tecnologías actuales, cuando se habla de innovación metodológica (trabajo por proyectos, por ejemplo) nos estamos refiriendo a métodos con más de 100 años de trayectoria, aplicados en muchas escuelas.

Los estudios sobre nuestra tradición pedagógica recuerdan que en 1916 el Ayuntamiento de Barcelona constituyó la Comisión de Cultura para poner en marcha un ambicioso proyecto arquitectónico y pedagógico para escolarizar niños y niñas que, hasta entonces, estaban todo el día en la calle.
Fue así que se crearon nueve escuelas en las que se introdujeron las tendencias más nuevas en educación e higiene. Se apostó por una escuela pública y de calidad con una clara vocación de inclusión social que marcó un hito en la historia de la pedagogía catalana. Es bueno recordar estos y otros antecedentes para no caer en querer descubrir "la sopa de ajo". Sea bienvenido el reto de innovar y mejorar nuestra educación pero sepamos aprovechar todo el bagaje pedagógico acumulado y focalizemos los esfuerzos en adecuarlo al momento social que estamos viviendo. Partiendo de lo que ya existe el camino se puede recorrer con más fundamentación y credibilidad.

miércoles, 15 de febrero de 2017

ERASMUS



Desde 1987 -ahora hace 30 años- más de cuatro millones de estudiantes universitarios europeos y mucho profesorado se han beneficiado del programa de becas Erasmus. El nacimiento de este programa no fue sencillo porque levantaba muchas reticencias tanto de los gobiernos como de las autoridades universitarias y no parecía fácil que se reconocieran estudios cursados ​​en otros centros. Hoy en día, haber sido un "estudiante erasmus" es un elemento de valoración positiva (con una tasa de paro inferior a la de otros estudiantes), una forma de aprender idiomas, de desarrollar competencias de adaptación a nuevas realidades y de abrirse a la multiculturalidad.

El programa Erasmus ha sobrevivido a la crisis económica pero no ha dejado de suscitar reticencias o, simplemente, desinterés por parte de algunos responsables políticos, como lo demuestra, por ejemplo, la disminución de las becas en la época del nada añorado ministro español de educación, José Ignacio Wert. Afortunadamente, en Europa, el programa tiene fervorosos partidarios. Sin embargo, deberían ser más los universitarios que se acogieran a él (hasta ahora han sido un 5%). Con las características del mundo actual, con los peligros de la extensión del populismo y cuando el reto de la convivencia multicultural es más vigente que nunca, programas como el Erasmus deberían ser vistos como una joya a cuidar primorosamente.

miércoles, 8 de febrero de 2017

ESTAMOS ULTRACONTROLADOS



En la versión digital del diario Ara del 27 de enero de 2017 leí un artículo de Albert Cuesta que reproduzco traducido a continuación.

 "El miércoles 11 de enero salí a las 8:01 de mi hotel en la terminal McNamara del aeropuerto de Detroit para ir en coche al centro de la ciudad, y visitar el salón del automóvil. Llegué a las 8.40 -gracias al chofer, que se desvió de la ruta más directa para esquivar un atasco de tráfico en la autopista-, entré en el Cobo Center por la puerta de West Congress Street esquina con Washington Boulevard y estuve ahí hasta las 14:01. Durante aquellas seis horas recibí tres llamadas e hice una, que tengo grabada; abrí dos veces la aplicación Play Store de mi móvil, cuatro veces la de Instagram, cinco veces la de la cámara Gear 360 de Samsung, cinco más la de correo electrónico, seis veces la de Twitter y tres el chat de BBM; también hice dos consultas en Google Maps, una en Here y cinco búsquedas en la web, dos de ellas con la voz. Incluso podría decir que busqué en cada ocasión, y qué páginas web visité como resultado. Y podría seguir con el resto de mis actividades de ese día, las de los anteriores y las de los siguientes.

No es que yo tenga una memoria prodigiosa. Tampoco soy un individuo obsesivo que anota incluso los detalles más pequeños de su existencia cotidiana. No lo necesito: aquel día llevaba en el bolsillo un teléfono móvil (Galaxy S7) y en la mochila una tableta (iPad Pro), ambos conectados a los servicios de Google: desde el mismo sistema operativo Android del teléfono hasta el correo electrónico de Gmail. Y el gigante de internet, como un ojo que todo lo ve, registra minuciosamente nuestra actividad, tanto en el mundo virtual como en el físico, gracias a los numerosos sensores, como el de posición, incorporados en los dispositivos de los que ya no nos separamos casi nunca. Con esta información que va acumulando sobre nosotros en sus servidores, la empresa construye un perfil cada vez más detallado de nuestros hábitos, intereses y relaciones; concretamente, con quienes nos comunicamos mediante sus plataformas. Con este perfil personaliza los servicios que nos ofrece: presenta en el primer lugar de los resultados de búsqueda los enlaces que son más relevantes para nosotros, o los que tienen que ver con el lugar donde estamos; nos recomienda vídeos de YouTube o aplicaciones de móvil; nos sugiere un día que salgamos de casa antes de tiempo porque hay una incidencia de tráfico en la ruta que seguimos habitualmente para ir al trabajo; cuando consultamos el mapa de la ciudad donde viajaremos, ya encontramos marcado el hotel que nos confirmó la reserva por correo electrónico. Y, sobre todo, nos muestra los anuncios de su inmensa bolsa publicitaria que con más probabilidad clicaremos, proporcionándole así los ingresos que hacen de Google una de las empresas más rentables del mundo.

El lector puede comprobar qué es lo que Google sabe de él entrando en la página MyActivity.google.com. De entrada encontrará una cronología con sus acciones digitales más recientes, presentadas minuto a minuto. En el menú superior puede restringir la consulta a una fecha determinada -lo que he hecho yo para revivir mi periplo por Detroit- o a alguno de los diversos servicios de la casa: desde las búsquedas de imágenes y vídeos hasta los desplazamientos, el uso de dispositivos Android o el navegador Chrome y las interacciones verbales: aquí podéis incluso escuchar la grabación de vuestra voz haciendo la consulta en el teléfono. Hay una lista descargable de todas las búsquedas que habéis realizado en Google mientras estabais conectados y desde qué dispositivo las hicisteis, el historial de las canciones que identificasteis con el buscador de música y la relación de vídeos de YouTube que dijisteis que no os interesaban. El primer apartado de la opción "otras actividades" de Google es el historial de ubicaciones, que muestra sobre un plano de Google Maps todos los lugares del mundo donde se ha estado usando su móvil -haciendo zoom veo por qué calles subo cada martes desde la estación de Sants hasta los estudios de Catalunya Ràdio.

La buena noticia es que este rastreo se puede desactivar. La opción "controles de actividad" del menú principal permite elegir si queremos o no que Google recopile nuestros datos de ubicación, información del dispositivo, la actividad de voz y audio y los historiales de navegación web y visualización en YouTube. En la misma página se pueden borrar los historiales, sea de una actividad en concreto o bien de toda una categoría. Un apartado especialmente importante es el rastreo de anuncios. Google es también el principal mayorista publicitario de internet: gestiona los anuncios que aparecen en más de dos millones de páginas web de terceros, desde blogs hasta grandes medios de comunicación, y hace unos meses modificó la letra pequeña de sus condiciones de servicio para conseguir el permiso para cruzar los datos que acumula directamente con las que obtiene cuando nos muestra anuncios en webs ajenas. Esta opción se puede desactivar en el apartado "configuración de los anuncios de Google", donde también puede eliminar (o añadir) temas que Google ha deducido que le pueden interesar, con un grado de acierto inquietante: de los 40 que salen en mi lista, sólo hay dos que descartaría.

Como es de suponer, el volumen de información que Google acumula sobre nosotros crece con la cantidad de productos de la empresa que usamos: si su móvil es Android y su navegador habitual en el ordenador es Chrome, ya os tiene bien enganchados. Pero aunque tenga un iPhone, si tiene un buzón en Gmail, ve vídeos en YouTube o consulta las direcciones en Google Maps también está dejando rastro. Le aconsejo visitar la página de su actividad y decidir fríamente qué información está dispuestos a ceder a cambio de la innegable comodidad que aporta la personalización. También puede alejarse de Google: el buscador anónimo DuckDuckGo ha celebrado esta semana su búsqueda número 10.000 millones. Pero recuerde que hay otras plataformas que le observan de cerca: Facebook no registra sólo lo que ve en la red social, sino también lo que haga cualquier otra página donde haya un botón de "Me gusta", y lo cruza con los datos personales -fecha de nacimiento, con quien comparta la vida, en qué escuela estudió, qué modelo de coche le gusta, en qué restaurantes come- que le está dando voluntariamente".

jueves, 2 de febrero de 2017

REPARAR EN LUGAR DE SUSTITUIR



Hace unos meses (La Vanguardia de 24 de septiembre de 2016) leí que “Suecia reducirá este año el IVA que aplica a las reparaciones de ropa, calzado o bicicletas del 25% al 12%. Al mismo tiempo aplicará una desgravación en el IRPF de la mitad de la mano de obra que se pague en las ­reparaciones de electrodomésticos, sean neveras, lavaplatos, hornos o lavadoras”. La iniciativa gubernamental “surge de un anhelo muy arraigado en las opiniones públicas del norte y el centro de Europa: racionalizar el consumo desaforado (moderar su exceso) y reducir las emisiones de CO2. Moral calvinista y un deseo difuso de salvar el planeta. Además incorpora una excusa práctica: la esperanza de que la expansión del sector de las reparaciones absorba a parte de la mano de obra inmigrante no cualificada que está llegando al país…”.

En los países del sur de Europa la crisis ha despertado el interés por el reciclaje y la rehabilitación de objetos, especialmente entre la juventud. Han aparecido talleres en algunos barrios para aprender a reparar y, a título de ejemplo y en una línea semejante, a menudo cuando llega a la familia un hijo o una hija se recurre a amistades y a la compra de segunda mano para proveerse de ropa, silla para el coche o cuna; es algo que parece lógico, especialmente si hablamos de productos que tienen un ciclo de vida muy corto. La diferencia con la iniciativa sueca es que, en aquel caso, es la Administración quién lo favorece. Antes de reprender la espiral del consumo –que empieza a intuirse como algo más que posible- quizás sea bueno reflexionar sobre este tipo de opciones.