martes, 25 de febrero de 2014

LA SEMANA DE UN PROFESOR UNIVERSITARIO


Empiezo esta sección en mi blog. Lo primero que he necesitado es un título. Al final he optado por “la semana de un profesor universitario”, descriptivo y directo. Cuando lo releo me doy cuenta de que ser profesor me define profesionalmente. No sucede siempre así puesto que no son pocos los profesores que se autoidentifican como médicos, historiadores, ingenieros… en lugar de cómo docentes. En un estudio que hace años el profesor Fernández Pérez (1988) realizó sobre las características que definen una profesión, señalaba como una de ellas la autopercepción del profesional como tal, así como un cierto grado de satisfacción con la tarea que realiza.

Imbernón (1994) señala que más que hablar de características de una profesión hay que hacerlo de “cultura profesional”. La cuestión es: ¿cultura profesional de profesor o de psicólogo o de abogado? Me parece una cuestión relevante porque esta identificación creo que tiene muchas consecuencias y explica algo de lo que pasa en la institución universitaria.

Miro ahora por el retrovisor los últimos siete días. He compaginado la docencia de una asignatura de educación social, la corrección y evaluación de los trabajos realizados por el alumnado de un máster, la preparación de una solicitud para una ayuda al desarrollo de proyectos de investigación, la participación en el consejo de departamento para elegir al director del mismo, la tutorización de estudiantes que están realizando el Trabajo de fin de grado, una conexión por Skype con un doctorando colombiano a quién le dirijo la tesis doctoral, la coordinación de un libro que estamos terminando sobre evaluación continua, la convocatoria del grupo de innovación docente que coordino, una reunión del grupo de investigación… No me quejo de un exceso de trabajo porque no creo que un profesor universitario que disfruta como yo pueda hacerlo pero quizás la dispersión y simultaneidad de frentes abiertos sean un poco excesivas.

Tengo la sensación de que estoy permanentemente saltando de una cosa a otra, con el riesgo de que las urgencias eclipsen un poco lo que es más importante. Y encima aún me dedico a escribir en este blog.


Referencias:
FERNÁNDEZ PÉREZ, M. (1988) La profesionalización del docente. Madrid: Escuela Española.
IMBERNÓN, F.  (1994) La formación y el desarrollo profesional del profesorado. Barcelona: Graó.

miércoles, 19 de febrero de 2014

EXPECTATIVAS Y APRENDIZAJE


En la Universidad, ya estamos inmersos en las clases del segundo semestre.
Los primeros días, con los estudiantes de mi grupo, hemos trabajado sobre sus expectativas y sobre el concepto y la incidencia de las expectativas en los procesos de aprendizaje. Hemos hablado del efecto Pigmalión, de la profecía de la autorrealización (lo que esperamos que pase acabará pasando), de cómo influyen las expectativas del educador o educadora, de los estereotipos y los prejuicios y del papel central de las expectativas en la motivación. A menudo, cuando en la relación educativa detectamos falta de interés, de motivación, desgana… lo que hay detrás es un problema de falta de expectativas positivas, de confianza en las posibilidades.

Cuando se da esta situación, especialmente en la enseñanza básica, nos encontramos ante una encrucijada, si queremos ayudar al alumnado en su proceso de aprendizaje. Las expectativas las vamos construyendo a partir de nuestra historia personal y esta historia, en una parte significativa, se desarrolla en situaciones de relación educativa más o menos formales. ¿Cómo contribuir a que los educandos mejoren sus expectativas? Responder a esta pregunta obliga a plantearse cuestiones con relación a los objetivos y los contenidos de aprendizaje, las estrategias metodológicas, la evaluación y a la atención a la diversidad, como mínimo. Casi nada. Cómo que la realidad es sistémica y todo está conectado no existen alternativas simples. Todas son complejas. La cuestión es si el tema de las expectativas es suficientemente determinante para ser uno de los ejes sobre los que sostener la reflexión sobre nuestra práctica. Yo creo que sí que lo es.  

martes, 11 de febrero de 2014

A RAÍZ DE UNOS DATOS SOBRE LA DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA


Hace pocos días, la prensa se hizo eco de un informe presentado por Oxfam sobre la desigualdad en el mundo. Los datos son estremecedores: 85 personas son tan ricas como la mitad más pobre del planeta. Dicho de otra manera: casi la mitad de la riqueza del  mundo está en manos del 1% de la población. El mismo informe dice que es un nivel de desigualdad sin precedentes que amenaza “perpetuar las diferencias entre ricos y pobres hasta hacerlas irreversibles”. 

El mundo lo construimos entre todos y todas, cada uno con un nivel de incidencia determinado. Quienes nos dedicamos a la educación no tenemos las posibilidades de algunos políticos ni, mucho menos, de los poderes que están en la sombra. A pesar de ello, la educación puede contribuir a que las cosas sigan así o puedan cambiar. Como educadores y educadoras nos encontramos en una posición en que podemos incidir. Cuando decimos que para educar hay que reflexionar sobre que modelo de persona y que modelo de sociedad son nuestros referentes –puesto que no existe la educación neutra- y cuando nos planteamos qué y cómo hemos de enseñar en coherencia con los modelos asumidos, es cuando nos damos cuenta de que las opciones educativas son también políticas. Lo son en el sentido de que hacen referencia a la convivencia, al bien común y a la participación ciudadana.